lunes, 21 de noviembre de 2011

La Amazonía en el corazón

Nuestra nueva maravilla natural del mundo es un espacio vivo, que se ha nutrido de miles de años de sabiduría y conocimientos ancestrales.
 
Por: Francisco Bardales

La Amazonía es mi nación. Dicen que posee fronteras, que está plagada de límites, que es fácil ubicarla en el Google Earth. Discrepo profundamente: si la vida fuera tan solo vallas, reglas, espacios cercados, el Amazonas no existiría.

Esta nación, que alguna vez avizoró, fascinado y temeroso, el conquistador Francisco de Orellana, representa en su propia constitución, en su exuberancia, una declaración de libertad. Un grito de pasión. Un soplido caliente de sabiduría.

Mi nación, la Amazonía, tiene habitantes, tiene lugares y tiene corazón. También tiene una madre, ancestral, que todo lo cuida, que todo lo protege. Tú me dirás, lector escéptico, que esa dama no existe, tan solo es fábula y debe ceder su identidad ante el planeta de los tractores, los bosques lotizados y las hidroeléctricas inmensas.

Pero, lector escéptico, te equivocas. La Amazonía, que es inmensa, respira vida. Y todo en ella es creación, explotando a veces en tu rostro. Mi nación es el Pacaya- Samiria, por ejemplo, donde parece como si en verdad hubiera estado alguna vez el Paraíso. También lo son el Manu, el Ene, Tambopata, el Bahuaja-Sonene, el Güeppí. Son los ríos, las quebradas, los animales y sus personas. La nación amazónica se ha nutrido por miles de años de conocimiento de las plantas, del ampiri, de la hoja de coca, del ayahuasca. Se ha consolidado con las memorias de todos los viajeros que han intentado entender sus consideraciones y su temperamento. Esta nación ha escuchado por años el rugir del otorongo, que es también el de los habitantes ancestrales, de las configuraciones originarias. Es una nación que se muestra indígena, se percibe mestiza, se consolida cosmopolita, pero se define a partir de la creación. Esta nación también es Kuélap y la escuela de arte bora-huitoto de Pucaurquillo.



Es Pablo Amaringo y sus viajes siderales a través del pincel. Son Víctor Churay, Rember Yahuarcani y Brus Rubio. Son los párrafos siempre vivos de César Calvo Soriano y los murales de su padre, César Calvo de Araujo. Es la búsqueda del alba de Germán Lequerica y Sangama. Son las figuras urbanas consolidadas de Bendayán y Ceccarelli. Es la arquitectura que evoca pasados fastuosos en Iquitos. Son los recuerdos de la Biblioteca Amazónica. Es el cine del chullachaqui, el yanapuma y el yacuruna. Es el recuerdo de los cuentos que hablaban de un gran río serpenteando como yacumama descomunal. Esta nación, lector, es la Amazonía, una maravilla natural desde el origen de la vida misma. Y no solo es mía, es también tuya, es de todos. Un lugar (como en el verso del poeta) destinado a curar al mundo de sus epidemias más sonadas.