El extenso y magico litoral de la provincia de Caravelí en Arequipa, tiene en Silaka a uno de esos balnearios que nunca desaparecen de la memoria.
No podía tener más de diez años pero no tenía miedo ni nada, y eso que estaba sola. Bueno, iba con un perro, pequeño y amistoso. Como ella seguía desconcertado, hace diez minutos un ómnibus me había dejado en un abandonado rincón de la Panamericana Sur. “Siga por ese camino por una media hora y llegará a Silaka”, me dijo el chofer. El camino era una senda apenas perceptible en la magnífica desolación de aquel desierto rojizo, de grandes cactus y piedras. Yo estoy un poco loco. Pero, ¿qué hacía esa niña en este remoto paraje?
Entonces escuché su voz. “Hola”, me saludó, “¿de dónde eres?”. Le respondí y me dijo que ya se había dado cuenta de que no era de la zona. “Miras para todos lados, se ve que no conoces”, agregó. Se llamaba Venus, su padre era un aficionado a la astronomía. Lateamos y conversamos. “¿No tienes miedo de andar sola?”, le pregunté. “No, aquí todos nos conocemos”, me dijo. Y entonces me enteré de que Silaka era el balneario de los pobladores de Jaqui (25 kilómetros tierra adentro desde Yauca, pueblo famoso por sus olivos). “Pero nuestras aceitunas son más ricas”, dijo, y se rió.
De pronto, apareció Silaka. Era una cosa surrealista. No solo porque todas las casas eran de piedra, incluyendo las camas, sino porque no se advertía ni un grano de arena, como en las cercanas playas de Jiway y Puerto Inca. A Venus le divertía verme turulato. Me presentó a su familia y fuimos todos a bañarnos en unas pozas bellas y salvajes, rodeadas por inhóspitos rocones. Después insistieron en invitarme a comer y quedarme a dormir. Cuando me despedí, al día siguiente, Venus me dijo: “Cuidado que te vayas a perder”.
Fuente: Revisa Somos - Diario El Comercio 04/02/12
Fotos: Luis Yupanqui (Perfil Flickr)
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